lunes, 29 de agosto de 2011

Bajo el Mar


Camine casi sesenta cuadras en la dirección equivocada. Debí  haber notado que no era la zona, pero yo solo podía pensar en ella, me di cuenta de que estaba  yendo  en la dirección contraria cuando al cruzar una calle un auto me llevo por  delante, y me levanto hasta el capot. Desde luego que lo insulte, no recuerdo si la luz estaba en verde, yo lo insulte y seguí. Vi el cartel de una cerrajería que decía “Llaves Monte Grande” y yo tenía que ir a Lanús. Me dirigí a una  remiseria, no tenía dinero encima pero lo pagaría cuando  llegara a casa y buscara plata. Dentro de la remiseria solo había una mujer en su escritorio fumando y mirando una computadora, tosí para  que se diera cuenta de que estaba ahí y me miro. Le pedí  un remis, me dijo que no había, que tenía que esperar dos horas  aproximadamente. Yo no espere, preferí dar la vuelta y caminar las sesenta cuadras y unas más para llegar a mi destino. Cuando anocheció  yo seguía caminando y recién llegaba a Temperley, y me metí a probar suerte en otra remiseria, había varios conductores pero la respuesta fue “no hay remis”. Yo sabía que había remis, estaban los autos estacionados en la puerta, no me querían llevar, que es otra cosa. Seguramente me tildaron de ladrón o de marginal, porque ahora la gente te tilda de muchas cosas con una mirada. No  lo llamo discriminación, lo llamo ser hijo de puta a eso. También me ha pasado de estar caminando de noche y ver que gente se cruzara de cuadra, eso es más idiotez que  otra cosa. Salí de la remiseria con ganas de destruir al mundo y mientras pensaba en volver a entrar y romper todo, empezó a caer la lluvia. Yo solo tenía la campera y dentro de ella cuatros míseros puchos, el encendedor y un  alfajor todo aplastado. Encendí un cigarrillo y continúe mi rumbo bajo la lluvia. Mientras esquivaba charcos me venían recuerdos a la mente, de las tardes con ella  corriendo bajo la lluvia  buscando algún techo donde  refugiarnos y de nuestros besos de película todos empapados.
Continué  caminando, y el viento traía el sonido del tren a mis oídos, lo escuchaba tanto que podía imaginar que estaba viajando en el, pero yo  estaba empapado  caminando sin otra opción .Tenía que seguir por mas mojado que estuviera. En una esquina había un almacén, entre para ver si me podía fiar  algo para tomar. Me atendió una chica muy bella, pero por mas linda que fuera  no me fio. Metí la mano  dentro de mi campera para sacar un cigarrillo y encontré diez pesos mojados y hechos un bollo que no sabía que los tenía, compre una botella del  whisky  más malo que había en la tierra, pero solo me alcanzaba para eso. Salí del almacén, encendí el pucho y empecé a fumar y a  tomar mientras caminaba. Paso tras paso tomaba más y cada tanto el viento me pegaba en el rostro tan fuerte que me hacia recordar al zondas cuando estaba en Mendoza. Ese día muerto de frio dudaba cada segundo de la existencia de dios y decía en voz alta “si dios es que existe, nos creo y nos olvido. Es igual que un niño que cuando crece olvida a sus juguetes”. Estuve diciendo eso varias cuadras y nadie me escuchaba, porque nadie estaba en la calle, la gente seguramente estaba de vacaciones o durmiendo en sus camas. Camas, esa palabra también me hace recordar a ella, a las noches de pasión, y cuando yo estaba enfermo y me decía “dormí  te aseguro que mañana vas a estar mejor”. Yo dormía y ella dormía a mi lado.

Estaba Luis, su abuelo, que me sermoneaba en todos  los santos asados, pero Luis cuando me hablaba tenía dos dama-juanas encima y escupía cada vez que decía algo, pero cuando no estaba borracho me cagaba a pedos. Admito que hice llorar a veces a su nieta. Una tarde  estaba en el club cuando el entro, me tomo  por el cuello y me dijo “cuídala bien pendejo, porque si le haces algo yo te muelo a palos”. Yo estaba muerto de miedo, pensaba que me mataría ahí, por eso a lo que me dijo lo asentí  con la cabeza. Cuando Luis enfermo de cáncer yo lo cuidaba cada tarde en la clínica. Hablábamos todo el tiempo, la última vez que estuve con él, me hablo del tango y ya con la voz toda áspera me explico con pocas palabras lo que era el tango “el tango es una confesión de las cosas que perdimos”. Eso dijo Luis y a la madrugada murió. Creo que el tenia la sensación de que lo último que me diría sería eso. Esa noche de lluvia me hizo recordar muchas cosas juntas, entre ellas a los pibes del barrio, a Migue que termino colgado de una soga, al Cabezón, al Flaco que hizo guita y nunca más volvió al barrio ni para ver a su vieja; seguramente lo que me hizo recordarlos fue ese whisky tan malo. Solíamos tomar whisky y vodka hasta caer en un  estado de vuelo, de  mover la cabeza y sentir  como si el mundo fuera una calesita que va a mil por hora, pero que no había sortija que agarrar y la única manera de detenerla era esperar y vérsela con  la resaca al otro día,pero nos gustaba  sentir esa sensación de estar a la deriva . Luego de pensar tanto había llegado pero no entre. No quise verla en ese cajón de madera  sin vida, con sus ojos cerrados, con su piel toda fría, ni ver a su familia llorándola, preferí recordarla llena de vida besándome bajo la lluvia.